pasen y vean 013


Una pila, una pastilla de jabón o un sobre de bicarbonato sódico son algunos de los objetos que la artista murciana, Miriam Martínez Abellán, extrae de nuestra realidad diaria, meros objetos con una utilidad concreta, para reubicarlos en la nueva realidad artística que suponen los límites del collage.

Desde el punto de vista del receptor, sí, de cualquier persona como usted, que lee estas palabras introductorias, la exposición que se dispone a recorrer supone una invitación a participar en el juego de descifrar, o simplemente  inventar, todos esos nuevos significados y valores con que se visten los elementos que pueblan las trece ventanas de esta muestra y que nos permiten asomarnos a otros tantas escenas en las que, como en un circo, todo se mezcla. Una bombilla aparece sobre un ojo que la mira obsesivo y lloroso, junto a unas mujeres de cabellos rapuncelianos tras una tela metálica enmarcada en dos peinetas; unas tiras de negativos fotográficos encerrando a unos niños asombrados al desliar un rollo de celuloide y a sus pies un tornillo; o un hombre elefante sobre un metro de sastre, compartiendo espacio con un empalme eléctrico y una insignia arrancada de una chaqueta scout. En cada obra, además, aparece, junto a esos objetos e imágenes, una palabra  que suele ser un verbo en gerundio, y que nos ayuda, a modo de clave, en esa tarea interpretativa que inevitablemente siempre acabamos imponiéndonos como observadores de una obra artística. El gerundio, como el circo, también es pura acción y permanencia temporal, puro recuerdo e  imagen de lo vivido o soñado. Pasen y vean…”, este es el título de la exposición que usted visita, nos trae a la memoria de inmediato el descorrer de unas cortinas y la entrada a un mundo donde todo era posible en nuestra infancia.

Junto al elemento circense, otro nexo de unión entre los collages son las imágenes de las Misiones Pedagógicas en los pueblos de España. Un proyecto que nació en la mente de los pedagogos creadores de la Institución Libre de Enseñanza y que germinó y se hizo una realidad en el primer gobierno de la II República. El objetivo del Patronato de Misiones Pedagógicas, impulsado por el Ministerio de Instrucción Pública, fue acercar la cultura a pueblos alejados de los grandes núcleos de población, en muchos de los cuales no había ni escuelas, ni maestros, ni recursos de ningún tipo para ofrecer a la población rural las enseñanzas mínimas. Bibliotecas Populares, compuestas por maletas de libros para enseñar a leer y escribir; cinematógrafos que proyectaban imágenes sorprendentes y desconocidas para unas personas que nunca habían salido de su aldea; copias de cuadros clásicos del Museo del Prado, muchas realizadas por el pintor murciano Ramón Gaya, que acercaban a estas gentes los óleos de Velázquez, Goya o Ribera; grupos de teatro que representaban a nuestros maestros del Siglo de Oro, retablos de guiñol y hasta un coro del pueblo y gramófonos con discos de pizarra de música clásica o composiciones tradicionales de las distintas regiones del país.
En definitiva, una variedad de recursos didácticos con el fin de hacer partícipes a estos "olvidados" del gran tesoro cultural legado por nuestros artistas más insignes, pues tenían, y así lo pensaban encarecidamente sus promotores,  el mismo derecho a conocerlo y disfrutarlo que las gentes de ciudad.

Imágenes, todas de los años 30, que retratan las caras de sorpresa de unos niños que veían por vez primera rascacielos, grandes navíos o extraños aparatos que surcaban el cielo tan rápidos como las golondrinas que anidaban cada primavera en las maderas de sus establos. Niños, en cualquiera de los pueblos donde llegaron los voluntarios de las Misiones, que recibían a sus nuevos visitantes como si de artistas de circo se tratara, siguiéndolos en bandada tras las destartaladas camionetas cargadas hasta arriba de cultura, sueños y buenos propósitos sociales. Una labor, por otro lado, digna de recordar en estos tiempos en los que asistimos al maltrato diario de los sistemas públicos de sanidad y educación, perdiendo cada día un poco más su carácter gratuito y universal.

Caras y rostros, digo, de una expresividad exacerbada, mezcla de extrañeza y alegre excitación, pero rostros también que reflejan la dureza de unas vidas llenas de sol, frío, hambre y carencias materiales de todo tipo. Ese contraste, esa convivencia de opuestos, radica también en la esencia misma de estos collages, donde imágenes y objetos de otros tiempos se convierten en recursos expresivos para un tipo de obra de arte que marcó la modernidad a principios del siglo pasado y que sigue siendo sorprendente e inesperado.

Fernando Cuadrado Mulero 
                                                                        
















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