sábado, 21 de mayo de 2016

Maravilloso y soberbio texto el que Fernando Cuadrado ha redactado, una vez más, para una de mis exposiciones. En este caso acompaña a " Trémula". Enormemente agradecida. Lo comparto.Nos vemos el 27 de mayo!


                                                                                                  Tu placer
                                                                                       lentamente asciende
                                                                   envuelto en el vaho del magma primigenio
                                                                     y hay plumas de pájaros rotos en tu pelo.
                                                                                     Tu placer, animal escaso.

Cristina Peri Rossi

                El deseo erótico irrumpe en los umbrales de nuestra percepción. Los sentidos, y aquí todos valen, lo engendran, pero es la vista la que aventaja al resto en captar sensaciones que estimulen nuestros íntimos apetitos. Aunque, antes de seguir, te prevengo, estimado lector: esta exposición se aleja de presentar lo erótico únicamente como impulso hacia el anhelo sexual, quizás una manifestación culturalmente más viril en la que el erotismo utiliza el sexo como poder y dominación. Patrones de conducta macerados durante siglos que ahora el velo de lo políticamente correcto se afana por ocultar. De hecho, hoy día el término ha entrado a formar parte de expresiones como “erótica del poder”, “del dinero” o “de la fama”. Pero, como digo, aquí estamos ante la obra de una mujer y el erotismo femenino es siempre más humanizado, más estético que carnal. Al menos, la visión que tiene Miriam Martínez Abellán se acerca más a la representación de la belleza en la desnudez y en las posturas del cuerpo femenino, que a mostrarnos imágenes que persigan excitar una pasión primaria. La elección y el tratamiento de las fotografías, así como la atrayente sutilidad con la que la artista las coloca en sus composiciones dan fe de ello. Es cierto que encontramos una serie de obras en las que usa imágenes de esa primera pornografía de principios de siglo XX, postales francesas en las que mujeres, normalmente cortesanas necesitadas, posan en lencería con actitudes explícitas que nos sugieren ese lado inmoral y “sucio”, si se quiere, del erotismo. Pero esas estampas se convierten en el centro gravitatorio de una serie de elementos que llevan al espectador de lo tangible a un mundo de formas y líneas que tiene que ver con la imaginación abstracta de la creadora y su etérea concepción de lo venéreo. Unas fundas amarillentas de antiguos vinilos hacen de mirillas a través de las que, como repentinos voyeures, observamos los azotes que una joven dispensa a otra, con dedicación pero sin violencia, en sus níveas nalgas. Escena a la que nos aproximamos más, pegando nuestro ojo indiscreto al cristal del visor, en la doble imagen de abajo. Medias oscuras con ligueros, que dejan ver las piernas de estas ocasionales modelos en posiciones sugerentes, e incluso una presencia masculina, la única de la exposición, que las acaricia con su mano trémula. Todas supuran ese tono cobrizo del daguerrotipo decimonónico, entremezclado en el lienzo con piezas geométricas de metal oxidado e irregulares incisiones sobre la madera, que aportan un toque decadente muy en consonancia con lo representado.
                En cambio, del resto de la obra emana un erotismo más estilizado, ofreciendo otra de sus facetas: convertirse en una forma de exploración personal, de autoconocimiento a través de las conexiones que nuestra mente pueda elaborar a partir de la heterogeneidad de elementos que registramos con la mirada. Eso es lo genuino de la sintaxis que esta artista conceptual ha ido construyendo a lo largo de todo su trabajo creativo. De ahí que las mujeres de estas otras obras, carentes de rostro y convertidas en representantes de un poder evocador como tipo humano, tengan el pétreo tacto de las esculturas helénicas.

                El cuerpo femenino marca el centro de las obras, pero se apoya siempre en determinados elementos que confieren un valor simbólico a lo puramente figurativo: triángulos de hierro, círculos de metacrilato y alambres con sinuosas formas curvas, metáfora también de la enorme fuerza onírica que suscita lo erótico. Cajitas de madera con la sensualidad solo alusiva de unas puntillas clavadas con alfileres, piezas representativas de lo íntimo, expuesto ahora a los ojos del observador; o nidos, arquitecturas naturales, que sirven de abrigo a cuerpos sin ropa de Filomenas a punto de mutar en ruiseñores. Este erotismo menos oscuro, mucho más diáfano, también se muestra en la serie Hetairas. Seis marcos rectangulares, que, a modo de ventanas al pasado, nos dejan ver otros tantos talles femeninos atravesados por unas líneas rojas de acetato que marcan, muy acertadamente, ese tránsito de lo corpóreo a otras esferas más sutiles del pensamiento. Elegantes posturas de unos cuerpos desnudos que se posan o danzan delante de brillantes círculos de pan de oro, dotando al grupo de ese toque refinado y distinguido que caracterizó a estas damas de compañía tan bien vistas en la antigua Grecia.
                Cierro el texto volviendo a las ajenas palabras del comienzo. Espero, pues, que unas y otras creaciones logren provocar, siguiendo los versos iniciales de la poetisa uruguaya, que ascienda tu placer lentamente hasta sentirte un escaso animal. Eso será buena señal, pues quizá te habrás convertido, a la vez, en un hombre pleno.

                                                                                                                                                                 Fernando Cuadrado Mulero





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